En política, no todo lo que suma conviene. A veces, las sumas restan. O, como en este caso, diluyen. El acuerdo electoral entre La Libertad Avanza y el PRO en la provincia de Buenos Aires se presentó como una jugada de realismo político. Pero basta mirar un poco más allá de los nombres para advertir que, en términos de construcción partidaria, fue una rendición. El título de la boleta lo dice todo: LLA + PRO, pero la identidad visual, los colores, el tono, el relato… todo es LLA. Y si todo es LLA, entonces el resultado es claro: LLA + PRO = LLA.
El PRO bonaerense accedió a ceder su nombre, sus colores y su bandera para que la boleta sea violeta. Para que no haya dudas de quién lidera, de quién domina, de quién presta y de quién toma. Es una alianza en la que un partido desaparece para poder colar algunos candidatos. Un juego de suma cero. O peor: una ecuación donde el PRO resigna su identidad a cambio de cargos. Una versión moderna del “cargo por bandera”, donde lo importante no es lo que se representa, sino cuántos entran.
Este acuerdo revela, sin necesidad de mucho análisis, que para algunos en la mesa de conducción del PRO bonaerense, primero están los dirigentes, luego el partido y mucho más atrás, la gente y los principios. La prioridad fue conseguir lugares, no sostener una voz, ni una identidad. Una movida que privilegia la supervivencia de cúpula sobre la dignidad de una construcción colectiva. No hay épica ni estrategia. Sólo acomodamiento.
Lo más desconcertante es que el PRO aceptó desdibujarse en una elección en la que, en realidad, no hay un único ganador. Porque las elecciones legislativas de la provincia de Buenos Aires no son una sola, sino ocho. Ocho secciones, ocho territorios, ocho historias diferentes. No se elige un gobernador, ni un intendente, ni un presidente. Se eligen legisladores, y se juega todo por separado. En esa fragmentación, donde no hay una boleta nacional que arrastre, lo lógico habría sido apostar a dar la pelea con identidad propia, con sello, con discurso. Pero no. Eligieron la fusión por conveniencia. O mejor dicho, la entrega.
Y lo que queda a la vista es aún más preocupante: en el PRO bonaerense hay dirigentes que son valientes para armar cuando hay gobierno, presupuesto y mayoría. Pero cuando toca ser oposición, cuando hay que embarrarse para resistir, desaparecen. No tienen vocación de minoría, ni coraje para dar peleas difíciles. No tienen músculo para la trinchera. Son Super Armadores sólo cuando hay poder. Y esa es la gran tragedia del PRO en la provincia.
Porque si el PRO no se anima a defender su identidad en un turno electoral legislativo, sin riesgo de balotaje, sin urgencias nacionales, ¿cuándo lo va a hacer? ¿Qué señal les da a sus militantes, a sus votantes, a quienes todavía creen que el partido representa algo más que una plataforma electoral vacía?
Hay una diferencia enorme entre construir alianzas y disolverse en ellas. El PRO, en Buenos Aires, eligió lo segundo. Cedió su lugar para tener presencia. Renunció a competir para no correr riesgos. Aceptó ser parte de algo que no lo contiene, ni lo respeta, ni lo representa.
Así que no nos engañemos. Este no es un acuerdo entre iguales. Es una absorción. Una colonización con consentimiento. Un pacto que no fortalece, sino que achica. Y una señal clara de que algunos, cuando ya no tienen el Estado, tampoco tienen la valentía.