Elon Musk confirmó su salida del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), una oficina creada por Donald Trump con el objetivo de reducir el gasto estatal y modernizar la administración federal. La ruptura se da en medio de fuertes críticas del empresario al reciente paquete presupuestario impulsado por la Casa Blanca, que aumenta significativamente el déficit fiscal.
En una publicación en redes, Musk agradeció la oportunidad de haber participado en el proyecto pero dejó claro que no comparte la dirección que ha tomado el gobierno. Según señaló, “ver el enorme proyecto de ley de gastos fue decepcionante”. Su salida se produjo formalmente el 30 de mayo de 2025, coincidiendo con el límite legal de 130 días para empleados gubernamentales especiales sin comprometer su actividad privada.
El gesto no fue bien recibido en el entorno presidencial. A las pocas horas, el gobierno retiró la nominación de Jared Isaacman como administrador de la NASA. Isaacman, empresario del sector tecnológico y cercano a Musk, había sido propuesto como un perfil innovador para liderar una nueva etapa en la agencia espacial. Su vínculo con SpaceX y su participación en misiones civiles lo posicionaban como una figura clave en la estrategia aeroespacial de colaboración público-privada.
La decisión de Trump se interpreta como una represalia directa. Isaacman, que había recibido elogios dentro y fuera del sistema científico, fue desplazado sin mayores explicaciones más allá de una “revisión de antecedentes”. La maniobra generó malestar en el ámbito académico y empresarial, donde se la considera una pérdida de talento por motivaciones personales.
El trasfondo es más amplio: el nuevo presupuesto presidencial incluye un recorte del 25% en los fondos destinados a la NASA, lo que compromete programas estratégicos como el regreso a la Luna, el desarrollo de estaciones espaciales privadas y las misiones en Marte. La salida de Musk y la exclusión de Isaacman consolidan una ruptura entre la visión tecnocrática de eficiencia y exploración, y el pragmatismo político de la campaña permanente.
Con este episodio, se confirma que la relación entre el sector privado de innovación y el trumpismo está entrando en zona de conflicto. Y como suele ocurrir cuando el ego presidencial choca con intereses estratégicos, las consecuencias no se hacen esperar: las decisiones dejan de ser técnicas, y la política empieza a pesar más que la ciencia.
